Quise preparar un risotto para mí, un día de esos en los que te sientes deprimido y no tienes perro o gato que mimar, ya me entendéis. Y quise hacerlo con una de mis cervezas.
Ya lo hice en otra ocasión, usando una Burning City, y luego acompañando con langostinos y pimientos rojos salteados, pero quise hacer algo exagerado.
Así puse un poco de mantequilla en el cazo (risotto para uno, no se necesita una olla grande y, sobre todo, no se usa sartén o paellera), cebolla a pochar y luego el arroz, un Gallo de grano grande. Una vez tostado, ¡ala!, una botella de 25cl de mi Tri-Star, mi cerveza triple, 8 grados de alcohol y un sabor intenso.
Luego fui añadiendo también caldo, como se suele hacer en cualquier risotto (si alguien no sabe de qué estoy hablando, puede consultar entre los básicos), unas cuantas hojas de albahaca para acabar de desplumar la maceta y como en cualquier risotto apagué un poco antes de la cocción ‘al dente’, retiré del vitrocerámica, añadí parmesano rallado y un poco de mantequilla, mezclé todo bien con mi cuchara de madera. ¡Listo para comer!
De entrada, lo más sorprendente fue el color. Un color pardo, color de cebada. Pero lo más seductor fue el perfume: el aroma que desprendió durante la cocción, y que traspasó los confines de la cocina, dejó paso a otro aroma menos seco, menos tostado, gracias también al benéfico efecto del parmesano que fue limando asperezas.
Una receta que os aconsejo, y si no tenéis una de mis Tri-Star (algo más que probable) podéis utilizar cualquier cerveza de trigo con cuerpo al estilo belga, desde Franziskaner hasta Affligen, pero mejor si es una cerveza artesana…