A veces nos obsesionamos con las complicaciones y el tiempo que la cocina requiere, y de esta forma descuidamos lo obvio: la economía de escala.
Está claro, hacer una salsa de tomate cada día puede ser aburrido y pesado, pero el tomate se puede freir y poner en tupper para luego utilizarlo como base para rematar una comida de forma sencilla y al mismo tiempo variada. En el frigorífico puede aguantar unos cuantos días, incluso una semana.
Lo mismo dígase de las verduras. Un ejemplo muy claro es el de la receta de hace unos días, la pasta con calabacín y gambas. Yo prefiero cocinar los calabacines en cantidad, especialmente si encuentro la medida adecuada (unos 15 cm de largo). Los corto a rodajas con el robot (antes usaba el cuchillo, pero para hacer rodajas el robot de cocina es una herramienta más rápida y efectiva) y las pongo en una sartén caliente con aceite de oliva. Les pongo sal y pongo una tapa sin sellar herméticamente, quiero que una parte del agua se quede para reblandecer los calabacines pero no los quiero hervir. Remuevo de vez en cuando.
Cuando veo que están blandos y empiezan a romperse ya puedo apagar, pero por lo general los dejo un poco más para que se queden tostaditos. Los que sobran, a la nevera. Y si sobran muchos, en un tarro de cristal: pero esa es otra historia…
Se pueden usar como acompañamiento, como salsa (solos o en compañía) y en un sinfín de recetas.
Para variar se pueden cortar en daditos en lugar de en rodajas; el proceso es el mismo pero el sabor es algo distinto – ¡soprendentemente!